ALGA Revista de Literatura
nº85 - otoño 2021




Dirección:
  • Goya Gutiérrez

    Edición:
  • Grupo de Poesía ALGA

    Responsables de la edición del presente número:
  • Goya Gutiérrez
  • Enric Velo

    Maquetación, composición y diseño web:
  • Enric Velo


  • Portada:
      Escultura de Maïs (Jorba)


    Sumario
    http://revistaliterariaalga.com/

    Narrativa

    ELVIO RENÉ

    Es miembro del Grupo de Poesía ALGA. Ver: http://www.poesiaalga.org/

    EL BASILISCO

    Un lansquenete tomó el lugar de Schmidel con el berbiquí.
    -No sólo aquí se instaló el hombre, escribano -dijo tomándose una pausa-. Allá arriba tuvimos problemas: hambre y fiebre, y el agua caliente que nos llegaba a la cintura. Cuando marchamos en busca de los urtueses tuvimos que cocinar sobre el agua porque no veíamos la orilla. Pusimos brazadas de juncos y ramas. Encima hicimos fuego y cocinamos lo que había. Un día se cayó la olla y no comimos. Estuvimos tres días cruzando el pantano y durmiendo sentados en el agua o disputando los islotes con los caimanes -Schmidel se miró las botas abiertas-. Ahora tengo los dedos con grasa. Hay unos insectos como pulgas que buscan meterse entre los dedos de los pies. Allí comen y penetran, y hay que sacarlos antes que se vayan adentro y la carne se eche a perder. De ahí salen unos gusanos que dan repulsión y miedo, escribano. Son pequeños, como el gusano que horada las avellanas. Yo salvé mis dedos por milagro escarbando con el cuchillo, pero alguno no pudo y hubo que cortarlo porque el gusano lo devoraba.
    -El capitán Ribera nada de eso dijo en sus notas. Los urtueses no tienen oro ni plata.
    -Pienso que nos equivocamos al venir a este lado de la tierra. Del otro lado, en el Mar del Sur, Pizarro tuvo más suerte. Allá hay oro y plata en abundancia. No estamos tan lejos.
    -Esto es demasiado grande, Schmidel. Somos pocos para explorar tantos lugares. En México llevan veinte años descubriendo secretos. En el Perú, otros diez. Nadie mejor que Cabeza de Vaca para sostener ese empeño. Estuvo ocho años caminando entre el hambre y los indios, y no quiere abandonar.
    -Pero en México y en el Perú los propósitos se cumplen. Acá sólo hay lagunas y leyendas.
    Recordé el hechizo del monte y las criaturas que la noche me había hecho ver. Las visiones se volvían más veraces a medida que nosotros nos hundíamos. Tuve pudor de revelar conclusiones con el lansquenete, pero yo había visto algo en aquella entrada al monte.
    -Hay leyendas que nacen de la fábula -concedí-. Otras tienen su origen en la realidad.
    -Esa es una buena consigna, escribano -aprobó Schmidel, atrapando alguna imagen de la memoria-. En tierra de los urtueses tuvimos un suceso que bien define lo que has dicho. Llegábamos hambrientos, podridos de calor y de fango, con sanguijuelas y parásitos. El poblado era de unos dos mil individuos que vivían en chozas de madera. En un claro de la plaza central se alzaba un edificio redondo, de palos fuertes, hecho a semejanza de una glorieta. Preguntados los urtueses, dijeron que ahí vivía una bestia terrible, la cual se alimentaba de los cautivos que lograban en las guerras con pueblos vecinos. Quisimos ver a la fiera y nos aconsejaron prudencia porque el aliento que lanzaba era mortal.
    "Aun con menosprecio y bromas, nos asomamos al interior con los pedernales a punto cerca de las mechas. Había un corredor circular en torno al suelo hundido. Era el cubil de una criatura horrenda, negra, con escamas amarillas y verdes del tamaño de la palma de la mano. La cabeza enorme y aplanada nos miraba desafiante.
    -¿Era una anaconda?
    -No, era otra cosa.
    -¿Un caimán?
    -No sé lo que era, escribano. Parecía un basilisco. Juraron algunos que los ojos le brillaban.
    -¿Un basilisco? ¿Acaso existe tal cosa? El único basilisco que conozco dispara una pelota de hierro de cien libras y acaba agrietando la muralla donde está emplazado.
    -No es ese basilisco. Hablo yo de una fiera que rondaba allá por los fogones de Straubing en mis años de chico. Unos lo describían con alas. Otros, como un repugnante lagarto. Decían que si lo mirábamos a los ojos la muerte era segura. No era posible matarlo con armas, sino con un espejo. Primero se inmovilizaba al animal. Después se le ponía un espejo delante, y cuando él descargaba su furia en la mirada, el propio espejo le devolvía el ataque y lo abatía.
    "Veo por tu cara que tampoco te lo crees, escribano, pero de las leyendas nace una criatura. Una fábula redundante puede convencernos y juraremos que algo existe. ¿Qué puede sorprendernos en esta parte del mundo? Casi no conozco a nadie que esté totalmente cuerdo. En la mar Océano vi peces que volaban por el aire; conocí el pez espada; el pez sierra; la monstruosa ballena. De modo inverso, una criatura insólita es fuente de leyendas.
    -¿Qué pasó después?
    -Los nativos lo cuidaban con temor, como a un dios. Era un sacrilegio. Decidimos matarlo y luego lo comimos.
    -¿Con un espejo?
    -Con arcabuces. Nadie quiso acercarse con la espada. Le dimos varias descargas, y con cada una lanzaba silbidos que helaban la sangre.
    -¿Todo eso es cierto? Hay mucho de basilisco en tu relato. ¿No visteis qué animal era?
    -Antes de darle la vuelta vimos que tenía unas placas durísimas en la espalda, como un caimán.
    -Sería un caimán -resolví para acabar el tema.
    El straubingense encogió los hombros bajo las anchas hombreras de cuero.
    -A los urtueses no les gustó que lo matáramos. Tenía buen sabor. La carne blanca, como de pescado.

    Adaptación de un fragmento de la novela inédita La tierra inaudita,
    de Elvio René.

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