Poemas a mi madre
de Gerardo Guaza
Ed. Rubric, Portugalete (Vizcaya), septiembre 2021
Poesía. Páginas 64
Mi madre se llamaba Floriana… nació en Sahagún… y falleció en Castelldefels… Ella era amante de su tierra y allí íbamos cada año para la Navidad… Este poemario es un homenaje a su vida. Son poemas sinceros basados en la vida que compartimos durante cincuenta y nueve años… Lo que pretendo es que vosotros, queridos lectores, en algún momento de su lectura tranquila y reposada sintáis un nudo en la garganta…
Así nos presenta Gerardo Guaza, su cuarto poemario, sencillo y claro de leer como pretende y no tan sencillo de escribir, como muchos sabemos. Su primer propósito lo consigue: hacernos partícipes de su emoción nostálgica a través de una larga elegía en cincuenta poemas que sí nos crea en más de una ocasión esa congoja que pretende, especialmente a quienes conocimos a Floriana y apreciamos la sensibilidad del autor. Eso es muy bonito y hasta fácil.
Pero estamos ante un libro de poesía y hablamos de Literatura, de Arte, y lo que aquí cuenta es cómo se transmiten las emociones e ideas: la forma. Y Gerardo Guaza no se deja llevar por las lágrimas que ha vertido, sino que las doblega en versos de excelente ritmo y bellas, bellísimas imágenes, cincelando y puliendo verso a verso cada poema. Y si las lágrimas brillan y transmiten emoción, los poemas las elevan a un alto tono lírico y, muchas veces, sorprendente.
No sé manejar un cincel / para esculpirte / ni tampoco un pincel / para pintarte / …/ Solo tengo palabras, / sonidos frágiles, / y un lápiz y un papel, /apenas nada, / para grabar en el tiempo / tu inabarcable memoria. (XI)
Y esta lírica se desgrana poema a poema desde el dolor profundo inicial, pasando por la evocación proustiana (un pañuelo, los árboles, el aroma del pan de tahona, la pastilla de jabón, el costurero con su acerico, viajes…), la lucha contra el olvido, la cóncava soledad de la casa vacía, hasta la esperanza de un reencuentro en ese bellísimo y perfecto poema Mariposa arrastrada por el viento (XLVII) que no me resisto a transcribir.
XLVII
Mariposa arrastrada por el viento
es mi alma, el polvo de mis alas
la pena cuando evoco tu recuerdo.
Mariposa arrastrada por el viento
que golpea los árboles y hojas
y busca entre tus pétalos sustento.
Mariposa arrastrada por el viento,
con mis alas de tejas y de escamas
para surcar la lluvia y el lamento.
Mariposa arrastrada por el viento
que añora los perfiles de tu rostro
ocultos en la sombra de los besos.
Mariposa arrastrada por el viento
que no encuentra el remanso ni la dicha
y vuela desnortada y sin consuelo.
Mariposa arrastrada por el viento
que un día tal vez encuentre el equilibrio
entre los surcos plácidos del tiempo.
Y hecho el sentido homenaje -hecho, que no finiquitado- acaba con la voluntad que anima el poemario: guardar su memoria. Pero guardarla en vaso de cristal diáfano y límpido, tallado con mimo y maestría, siempre al alcance de la vista, de las manos, del corazón, este recuerdo que ya sublimado en arte resulta placentero.
Ahora dejo el buril / junto al metal oscuro / y parto hacia la playa / … / Pero no temas madre, / el buril y el metal / volverán a mis manos /… / para surcar de nuevo / los piélagos antiguos / que guardan la memoria. (L)
¿Se canta lo que se pierde? Muy cierto, don Antonio; mas, si se canta, la pérdida permanece en nuestras palabras elegíacas. Shakespeare lo tenía muy claro al dedicar sus sonetos de amor a la conservación de la belleza de un joven frente al tiempo y la muerte.
En tanto un hombre aliente y dos ojos abiertos
puedan ver, estos versos vivirán y tú en ellos.
Soneto XVIII
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