Cripta de St. Martin-in-the-Fields en Londres
Una espuma empedrada jalona sus orillas,
en los campos cerrados y sagrados han crecido
las tazas humeantes, el murmullo y la risa.
Palabras que enlazadas crepitando dialogan.
Ojos que pueden ver gestaciones y surcos
que el artista ha creado.
Cuánta vida pastando sobre el silencio que yace
al fondo de las antiguas losas bajo nuestros zapatos,
cuánta luz escanciada cuánta nieve espumosa
en cuántas bocas cuántos labios abiertos
sepultando las tumbas.
Cuánta belleza unida en este mismo instante:
lo que ahora palpita y lo inmóvil infinito.
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El flujo de esta lluvia, su verticalidad hacia la tierra
a la que vivifica como a mi corazón
se halla arraigada a mi memoria involuntaria
pues me recuerda al hombre que en su silla de ruedas
se dejaba llover sobre su rostro plácido
sabiendo que pronto para él las gotas cesarían,
cesaría la alquimia del instante, la humedad musical,
su tacto como un puente entre el cielo y la tierra,
esa delicuescencia de sus ojos, la posibilidad aun ciego
de modelar el barro, todo rastro de vida.
Y entonces, acude hasta mí el eco de palabras actuales
de los sabios antiguos:
vive como si todo fuera irrepetible.
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