Versión del original danés por GLORIA GALINDO
EL DESAFÍO
Despertar por la noche con el cerebro lleno de locas
especulaciones no es tan raro,
la mayoría se encontrará con un monstruo. Unos
alivian con analgésicos el dolor,
sobrevivir a la pérdida o salvarse de una depresión.
Se sienten totalmente abandonados y solos
con los monstruos - así es.
El diablo anda como león rugiente.
Otros se conforman con la droga que hay
en el libre mercado; el tabaco, el café, el alcohol, orgías de comida
o ascetismo. Otros consiguen desaparecer
en el trabajo o en alguna gran pasión.
Construimos pequeños imperios con la esperanza de que sirvan
de ancla al espíritu sin hogar, ese día
abandonamos el cuerpo y entramos en la eternidad.
Todos quieren dejar su huella -como agradecimiento,
porque se nos permitió poner los pies en la Tierra y regocijarnos
de su belleza; se nos permitió amar y odiar
en el ámbito normal de un cuerpo con domicilio habitual.
El desafío es descifrar las experiencias comunes;
el horror y la miseria que nos rodea pegados
en la ropa penetrando en el cuerpo.
Observar lo que pasa y si es posible
decir las cosas como son.
NO CONTRIBUYAMOS AL OLOR A MIEDO
¿Por qué se empujan en el autobús?
el invierno es aterrador
de por sí
¿Qué sabemos de la bondad
y la maldad? No contribuyamos
al olor a miedo.
La mayoría de la gente hace un esfuerzo
por vivir,
y él que todas las mañanas decide
levantarse, merece respeto.
Versión del original danés por ORLANDO ALOMÁ
LAS MUJERES DE COPENHAGUE
Me he vuelto a enamorar de cinco mujeres
distintas durante un viaje en el autobús de la ruta 40
de Njalsgade a Osterbro. ¿Cómo va uno a controlar
su vida en esas condiciones?
Una de ellas llevaba un abrigo de piel;
otra, botas rojas. Una leía el periódico; la otra, a Heidegger
y las calles estaban inundadas de lluvia.
En el bulevar Amager subió una princesa empapada,
eufórica y furiosa, y me cautivó totalmente.
Pero se bajó frente a la estación de policía
y su lugar lo tomaron dos reinas con pañoletas fulgurantes
que hablaban con voces estridentes en pakistaní
durante el trayecto al Hospital Municipal
mientras el autobús bullía de poesía.
Eran hermanas e igualmente bellas, por lo que les entregué
mi corazón a las dos y empecé a hacer planes de una nueva vida
en una aldea cerca de Rawalpindi, donde los niños crecen en medio del olor
a hibisco mientras sus madres cantan canciones desgarradoras cuando
la tarde cae sobre las llanuras pakistaníes.
¡Pero ellas no me vieron! Y la que llevaba el abrigo de piel lloraba
con disimulo, cubriéndose con el guante, cuando se bajó en Farimagsgade.
La que leía a Heidegger cerró el libro de súbito y me miró fijamente
con sonrisa burlona, como si acabase de vislumbrar a un Don Nadie
en su mismísima insignificancia. Así se me partió el corazón por quinta vez
cuando se levantó y se fue con las otras. ¡Qué brutal es la vida!
Seguí otras dos paradas antes de darme por vencido.
Siempre termina así: Uno, de pie en la acera, fumando un cigarrillo,
tenso y levemente desdichado.
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