En aquella cena, me contó, finalmente, lo que más le preocupaba
de toda la situación: se estaba enamorando de una de sus pacientes, una mujer
casada, diez años menor, que pintaba y daba clases de historia del arte en la
universidad. Aún no había pasado nada, pero no era tonto y se daba cuenta de que
ella iba muy seguido al consultorio, con excusas en forma de dolor, hasta su
secretaria lo había notado y todo lo ponía muy incómodo.
No sé si mis expertos consejos le sirvieron de mucho, pero la
cuestión es que a los pocos días, lo vi en una mesa del bar de la esquina, con
una mujer atractiva que se ajustaba a la somera descripción que me había hecho
de su nueva amiga.
No fui el único en verlo y a partir de entonces las bromas de
los demás sobre las “novias” que algunos se conseguían, terminaron con las citas
en ese bar.
Después supe que estuvieron viéndose como amantes tres o cuatro
meses, pero Luis no podía con sus remordimientos y se dejaron un tiempo, que le
resultó tan intolerable como a ella, que aguantó todo lo que pudo, hasta que un
buen día apareció otra vez por la consulta, como si no hubiera pasado nada. Creo
que en estos temas, y si me apuran en casi todos, las mujeres son más sabias que
nosotros.
Cada vez que nos veíamos, me hablaba de lo difícil que era toda
la situación, porque sus deseos de estar con ella estaban en una lucha constante
con lo que consideraba sus deberes para con la familia y con el terror de que
los descubrieran.
Así, se inventaba almuerzos de trabajo para ir hasta un hotel y
hacer el amor, además de comer algo, siempre a escondidas, siempre con muy poco
tiempo, soportando también los reclamos y las protestas, porque no le había
dicho toda la verdad acerca del estado de su mujer.
Otras veces, la dejaba esperando en una esquina una o dos horas,
en esos años todavía no existían los teléfonos móviles, porque no le podía
avisar que tenía una cirugía de urgencia.
Desde afuera parecía un pequeño infierno, esta situación que en
sus inicios me había dado algo de envidia, porque después de cierta edad,
enamorarte apasionadamente y que te correspondan, es casi un milagro que uno
debiera agradecer.
Reconozco que no debe ser fácil cambiar los moldes y los
patrones y que la muerte tan presente y tan cerca puede incentivar o anular el
erotismo.
La cuestión es que con el tiempo comenzó a darme la impresión de
que estaba más reconciliado con su pasión y que había logrado un cierto
equilibrio, que según decía le llevaba un gran esfuerzo. Por eso, la noticia del
infarto me dejó anonadado y con esta depresión de la que no me repongo, por más
pastillas que me trague.
En el hospital, circularon las explicaciones de costumbre, que
los cirujanos, que el estrés, que las exigencias de la profesión, todos
aterrados cada vez que la Parca nos rozaba la camiseta y se atrevía a pasar de
la bata blanca.
Si quiero ser honesto, convivo con ella cada día y he tratado de
hacerme su amigo, aunque muchas veces la insulte y la odie, más allá de mis
fuerzas, pero lo que no termino de comprender es que haya un castigo para los
amores ridículos, que la pasión siga sin tener perdón, ni divino ni humano, en
un mundo como el nuestro en el que ya nadie cree en ninguna justicia. ¿O será
que ahora sólo nos la aplicamos nosotros? |