IGNACIO GAMEN

F ría, leve y desvalida,
ante mis ojos de yeso,
lentamente te deslíes
como un cubito de hielo
en la copa de mi insomnio.
¡Soy yo, madre, el hijo réprobo!
Qué ironías de la vida
y del destino qué juego:
el hijo que no aceptaste
lo tienes por enfermero.
Pero no padezcas, madre,
ha pasado mucho tiempo
y sólo vengo a acompañarte,
yo de ti ya nada espero.
No puedes reconocerme
y tampoco lo pretendo.
Me basta estar a tu lado
y asistirte en tus deseos,
verte rezar y dormir,
oír tus palabras, eco
inconexo de un pasado
en que no existo. Lo acepto.
Ahora sólo me importa
que estoy contigo y que siento,
si no un cariño profundo,
sí piedad filial, respeto,
y que verte así, indefensa,
avanzando hacia el silencio
definitivo, me duele
y apena. Fuiste un témpano
duro y frío contra el cual
se estrellaron mis intentos.
Hoy eres sombra de ayer,
apenas un trozo de hielo
que se disuelve en mi mente
mientras me domina el sueño.