Revista Alga nº54 - Otoño 2005
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JOSÉ LUIS GIMÉNEZ-FRONTÍN LA CANCIÓN
con sus luces primeras sobre el mar sosegado. Las barcas como ovejas esculpidas en un prado flotante. Algún paisano incierto que el cáliz humeante de una taza con las manos eleva y la bebida lentamente apura. La joven que se afana sobre su fregadero y se ahueca inclinada como un antiguo augur. Y es la canción que canta acaso sin saberlo ni poder evitado. El canto que se crece y en racimos estalla como roca esponjosa, como varas de olivo y viento palpitante. La limpia y fuerte voz que imanta hacia su centro las proas poderosas de todos los carneros y el vuelo sibilante de gaviotas blancas que derivan de gozo sobre el sonoro cauce. Y es de nuevo el momento en que, desconocidos, recién desembarcados desde un lejano entonces, a punto de enrolarnos hacia un nuevo naufragio, con pavor reverente, a todos los testigos nos embebe el aliento, que su poder ignora, de la ingenua canción. Su tiempo y su no tiempo detenido. Porque sólo ese instante de perfección fugaz era y será real. Tan hermoso. Tan frágil. El resto es furia y viento, sueño, dolor, engaño, palabras azarosas y locura de Dios.
Del libro "Zona cero".
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