Revista Alga nº52 - Otoño 2004


Edita:
  • Grupo de Poesía ALGA


  • Dirección:
  • Goya Gutiérrez


  • Responsables de Edición:
  • Goya Gutiérrez
  • Moisès Stankowich


  • Portada:
  • Grabado de Antonio Hervás


  • Sumario »

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    JORDI NAVARRO

    GEORGE SANDERS: LA MUERTE EN CASTELLDEFELS
    (Fragmento)


         Desde la escalerilla del avión procedente de Palma el hombre miró en dirección a la terminal del Aeropuerto Internacional de Barcelona inaugurada tres años antes. En su extremo derecho distinguió el bar restaurante y la terraza donde se apostaban curiosos y familias con niños que observaban cómo despegaban y tomaban tierra los aviones, mientras las informaciones sobre vuelos y horarios se escuchaban gracias a unos altavoces parecidos a pelotas con visera. Entró en el autobús de Iberia, Líneas Aéreas de España, por entonces la única que existía, que lo condujo hasta la terminal de llegadas nacionales. Después de franquear una puerta de cristal, se dirigió a la sala donde se entregaban los equipajes, un gran reloj de pared con dígitos que se caían, indicaba la hora y la fecha, sábado 22 de abril, el día anterior a la festividad de San Jorge, el patrón de Cataluña y Día del Libro, el día de su santo también.
         Ya no era tan famoso y menos en España. Se encaminó hacia la puerta de salida, pasando por delante de una pareja de la Guardia Civil que miraba a los pasajeros recién llegados con aire distraído. Sin embargo, en él se fijaron por ser muy alto y corpulento, medía metro ochenta y seis, y porque caminaba muy erguido, lo que le daba un porte distinguido, casi aristocrático.
         En la salida de los vuelos nacionales le estaba esperando la joven de la agencia que le había de llevar hasta el hotel, por un momento había temido que no le esperara nadie.
         El vehículo no toma la dirección de Barcelona sino que enfila la carretera en dirección a la costa. El coche no va muy rápido y el visitante mira cansinamente por la ventanilla y ve campos de arroz, los rótulos de campings, dos gasolineras, los pinares que desfilan a lo largo de la autovía. El coche tiene la mala suerte de tener que pararse en los semáforos de los cruces de Viladecans y Gavà, los semáforos que crean tantas retenciones y accidentes.

         Unos kilómetros más adelante, ya en Castelldefels, la autovía está a punto de convertirse en una carretera normal con un solo carril en cada sentido. La calzada se eleva porque por debajo pasa la vía del tren que sigue la costa. La muchacha le hace una advertencia al conductor.
         -Siga un poco más adelante y verá el indicador del hotel a la derecha.
         Unos metros más allá divisan la loma donde está situado el hotel en el que se ha de alojar y la chica se lo señala. Junto al edificio, recortado contra el cielo, se ve un torreón medieval con la parte superior en ruinas.
         -¿El Gran Hotel Rey don Jaime? -pregunta él.
         Ella asiente. Al lado de unos apartamentos que se llaman La Raconada aparece el indicador.
         Divina Arbeo no pudo ver cómo el vehículo aparcaba delante del hotel ni tampoco si el conductor abrió la puerta posterior para que George Sanders saliera, puesto que desde el mostrador de recepción no se divisaba ni la entrada ni el acceso al vestíbulo. Tenía el turno de ocho a cuatro y cree que llegaron hacia el mediodía. Él y una mujer joven que se marchó tras las formalidades, debía de ser de alguna agencia, se dirigieron a ella en castellano.
         -La habitación reservada a nombre de George Sanders, por favor.
         La reserva estaba hecha para pocos días, hasta la mañana del veinticinco, por su hermana Margaret desde Inglaterra. La habitación que le habían destinado era la número tres. Estaba abajo. Para llegar a ella el actor tuvo que descender las escaleras que estaban junto a la recepción, y no daba al mar y a Castelldefels, como yo había supuesto, quizá porque me pareciera más romántico, sino al otro lado. Tenía una pequeña terraza desde donde se veía una abundante masa de pinos y las primeras estribaciones del macizo del Garraf.
         George Sanders le pareció una persona educada y agradable, lejos del estereotipo que se tiene de las estrellas de Hollywood, personas orgullosas y pagadas de sí mismas. Recuerda que tenía entradas, que su pelo no era muy abundante, pero no que lo tuviera blanco. Sí, posiblemente tuviera algunas canas, pero no se lo teñía. Estaba sobrio.
         Han pasado casi treinta años y es ella la que tiene el pelo blanco, se le puso así de muy joven. No la conocía. Es curioso lo que me ha sucedido con esta mujer: hemos vivido en el mismo pueblo durante treinta años y no recuerdo haberla visto nunca antes de nuestra entrevista (que transcribo de manera no muy literal, por cierto) y tampoco la he vuelto a ver después de ella, como si su vida y la mía sólo se pudieran cruzar por la muerte de George Sanders.
         Es por la mañana y estamos tomando café y galletas en mi casa, en la cinta grabada escucho por tercera vez el remover de las cucharillas.
         -¿Cuántas habitaciones tenía el Rey don Jaime? -le pregunto para hacerme una idea de sus dimensiones.
         -Había unas setenta y tantas, y un anexo con unas diez más. Yo tenía una que era donde me cambiaba. El hotel tenía clientes muy buenos, gente que venía a veranear, que pasaba un mes o mes y medio, de Madrid, de Barcelona, muchos extranjeros, que se hospedaban cada año, clientes fijos. El hotel era como su casa, tenían las mismas habitaciones y el personal fijo conocía sus gustos. Lo peor eran los mosquitos.
         Vuelvo a preguntarle por George Sanders.
         -No subía a desayunar, pedía el desayuno por teléfono y se le llevaba a la habitación. Horas después, pasaba por delante de recepción, de una gran mesa rústica muy antigua donde se dejaba la prensa para que la leyeran los clientes, más allá había un tresillo, butacas, unas mesitas, un televisor, y se metía en el comedor.
         No hablaron mucho y no le llegó a ver borracho porque su turno acababa a las cuatro, ya lo ha mencionado antes, mas por los camareros supo que bebía mucho vodka. Salió alguna vez y regresaba solo, sin compañía femenina. No lo puede asegurar, pero Divina cree que vino para tratar con una agencia inmobiliaria.
         El día anterior a su partida había dejado ordenado que debía ser llamado a una hora determinada, cree recordar que tenía que coger un avión a las dos de la tarde para Suiza. Ella le llamó, como era lo acostumbrado, unas dos horas antes, a las doce. Como no contestaba, pensó que le había pasado algo grave. Se lo dijo al director:
         -Tendrá usted que bajar a ver qué ha sucedido, señor Carbonell -Divina Arbeo me explica que era al único del hotel a quien no tuteaba.
         Había un administrador, Jesús Candel, y el director le ordenó:
         -Dice Divina que George Sanders no contesta. Acompá-ñame.
         Cogieron una llave de paso. Empezaron a llamar, llamar, llamar. Finalmente el director se decidió a abrir. El actor estaba en el suelo, desnudo, enredado con una sábana.
         Se había tomado unas pastillas. Me proporciona un dato que no le he escuchado a nadie ni he leído en la prensa de la época: al registrar sus bolsillos encontraron notas de suicidio similares a las que dejó con membretes de otros hoteles, como si hubiera ido aplazando una decisión muy meditada.
         La primera noticia la dio Radio España de Barcelona y pronto se corrió la voz y empezaron a llegar periodistas, ella recuerda a uno que se llamaba Armengol, y curiosos, muchos curiosos. No vio a Enrique Rubio, el periodista especializado en sucesos, porque su turno finalizaba a las cuatro de la tarde.
         Unos días antes había muerto de un ataque al corazón otro inglés en una habitación del mismo pasillo. Le digo que ya lo sabía y que, casualidades del destino, se llamaba Karl Marx y fue enterrado en el mismo cementerio de Londres que George Sanders.
         Antes de despedirnos, de agradecerle su colaboración y de acompañarla a la puerta me dice que muchos mitómanos pedían su habitación para alojarse en ella. Recuerdo las palabras que dijo Javier García Sánchez mientras tomábamos café hace unos días:
         -Si yo fuera tú, me iría al hotel donde murió, hablaría con el director para que me reservase la habitación que ocupó y escribiría lo que se me ocurriera encerrado entre aquellas cuatro paredes.
         Conociéndole como le conozco, estoy seguro que él lo haría. Y escribiría una gran novela sobre los últimos días de la vida de un suicida célebre. Aunque yo no creo que me atreviera a tanto, he de ir al Rey don Jaime y ver esa habitación, me digo, aunque sólo sea para hacerme una composición del lugar donde murió.

    George Sanders trabajó con la crema y nata del Hollywood clásico, el de los años cuarenta y cincuenta. Para que nos hagamos una somera idea, fue dirigido en tres ocasiones por Fritz Lang y Douglas Sirk; en dos, por Alfred Hitchcock, Joseph L. Mankiewitz, Otto Preminger y Richard Torpe; y en una por George Cukor, Cecil C. De Mille, Blake Edwards, John Ford, Vincente Minnelli, King Vidor, Jean Renoir y Roberto Rossellini, entre muchos otros. Compartió platós y rodaje en exteriores con actrices de la talla de Linda Darnell (cuatro películas), Gene Tierney (3), Ingrid Bergman (2), Joan Fontaine (2), Maureen O'Hara (2), Rita Hayworth (1), Elisabeth Taylor (1) y, hemos de resaltarlo aquí, coincidió con Bette Davis, Anne Baxter y Marilyn Monroe.
         Es difícil, por tanto, hacer un resumen de las películas en las que participó: "Rebeca" (1940), "El hombre atrapado" (1941), "El cisne negro" (1942), "Esta tierra es mía" (1943), "El fantasma y la señora Muir" (1947), la ya citada "Eva al desnudo", "Te querré siempre" (1953), "Los contraban-distas de Montfleet" (1955) y "Mientras Nueva York duerme" (1956) y "El nuevo caso del inspector Clouseau" (1964) son algunas de las más destacadas.